Poeta, político y diplomático hondureño nacido en Tegucigalpa en 1933.
Residió en Perú desde 1952, donde dio a conocer sus primeras producciones poéticas alejadas del estilo costumbrista dominante hasta entonces en su país. Su primera publicación fue Responso poético al cuerpo presente de José Trinidad Reyes en 1955, seguida luego por Poesía menor en 1957.
Residenciado de nuevo en Honduras, continuó su carrera literaria con Tiempo detenido en 1962, Mi país en 1971, y sus antologías Selección 1952-1965 en 1965 y Selección 1952-1971 en 1976. Cultivó el teatro y la crítica literaria dirigiendo las revistas Honduras Literaria y Extra de Tegucigalpa.
Fue el primer director de la Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y fundó en Tegucigalpa la Editorial Nuevo Continente. Es además miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua. En 1960 recibió en Nicaragua el Premio Rubén Darío, y en 1979 el Premio Nacional de Literatura Ramón Sosa de Honduras.
Acosta muere en su Tegucigalpa natal a la edad de 81 años, el 15 de Julio del 2014
Formas del amor
"Niña invicta,
te he visto ya en las onzas españolas"
Medardo Mejía
Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel,
tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan,
tu cabellera suave,
tu corazón pequeño.
Oye la campana del día
apagando el luto de la noche
mira la luz que silenciosamente nos cubre,
mira el cielo:
ese jardín sobre tu pecho;
respira el aire quieto
que el ruiseñor anuncia con su lanza,
conduce tu desamor
a un lago sepultado
y háblame con tus labios excelsos.
Llegué a sentir sobre las manos
el agua efímera,
el verano derribando sus torres,
el abismo cerrando sus ventanas,
el fruto abandonado,
el mar abriéndose las venas,
el fuego hundido,
hasta que tú, niña mía,
perfecta virgen repetida,
me entregaste tu rostro.
Veo de cerca la copa
confusa de las aguas,
busco tu claro nombre entre las rosas,
tu dulzura en la esencia de los árboles,
tu vigilia en el beso,
tu olor en los duraznos,
tu luz en el rocío
y me doy cuenta sorprendido
que todo me lo traes, niña mía,
con tu mano sagrada.
El rostro
De tu rostro purísimo y resplandeciente
surge una luz silenciosa
que todo lo desnuda, descubre
paraísos y mares de ceniza,
oculta sombras con su bella campana
y vuela como un pájaro.
Olvidar tu rostro es ahogar el corazón,
tratar de ignorarlo es vivir
a ciegas, dando tumbos;
no es necesario volver a decir
que tu rostro nos promete un reino
en un universo inmóvil y destruido.
Cabello de muchacha
Tu cabello es de humo dorado,
una copa con un jugo encendido,
un caracol de ondeado vidrio,
una flor de bronce tímido.
Tu pelo existe, tiembla suavemente
cuando mi mano llega a su rocío,
cuando lo beso entusiasmado,
cuando llora como los niños.
Tu cabello es un odre con frío,
una estrella dulce, un pistilo
que lucha por ser lirio.
Es una paloma convertida en durazno,
una corona que alumbra con sus cirios
y que calienta la sangre como el vino.
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